jueves, 24 de noviembre de 2011

Diálogos con Jesucristo


Sin fecha

¿Paz? No lo sé, pero al menos la pesadilla que estaba viviendo acabó. Hoy son solo recuerdos que quisiera eliminar. Después de varias muertes, una persona se  compadeció de nosotros y decidió abrir la puerta. Era un soldado estadounidense quien había abierto. Lo primero que se me vino a la mente es que algo debía estar pasando como para que un militar nos hubiera liberado. Pensaba que todos estábamos muertos. Me encontraba en un estado deplorable, pues me intentaba levantar pero no tenía fuerzas. Mi cabeza daba miles de vueltas y lo único que pensaba era en cómo iba a salir de este sitio, pues me encontraba agonizando y muy débil como para emprender una huida.

Los militares me sacaron de la cámara como un cadáver más. Tenía que recuperarme rápidamente pues esta podía ser mi última oportunidad para huir, ya que los cuerpos serian transportados para ser enterrados a las afueras de esta ciudad.

Listo… Me encontraba junto con los demás occisos en una camioneta. Durante el viaje esperaba  ganar fuerzas suficientes para poder escaparme antes de llegar a la fosa en donde seria sepultado junto con mis compañeros. El viaje era muy incómodo, pues me encontraba aprisionado por los cuerpos. Además el aroma era muy desagradable debido a que estos habían comenzado a descomponerse.

De pronto, una persona se levantó de entre la carga, lo cual me hizo pensar que no era el único sobreviviente de esa cámara de la muerte. Parecía saber de mi presencia, pues, después de incorporarse, empezó a remover los occisos para que  yo pudiera moverme libremente. Él  era una persona de aproximadamente 30 años de edad, tez blanca y una estatura promedio de 1.70 metros. No recordaba haberlo visto en el cuarto de ejecuciones; sin embargo, me encontraba  agradecido con él por haberme sacado de ese sinfín de despojos humanos.

Después de liberarme, comenzó a hacerme una serie de preguntas, a las cuales no podía responder porque mi cuerpo no reaccionaba, debido a la gran debilidad que aún tenía. Me encontraba desesperado por esta situación, ya que deseaba contestar pero mi cuerpo no respondía. Cuando terminó de cuestionarme, sentí como mi cuerpo se debilitó por completo hasta que  perdí el conocimiento. Al despertar, me encontraba reposando en un árbol. Al parecer el reposo me había hecho bien, pues me encontraba como nuevo, ya que todos mis dolores, mareos y debilidades habían cesado.

Tras incorporarme, fui a buscar a aquel hombre: le debía la vida misma, puesto que sin él nunca hubiera logrado escapar del convoy. Se encontraba descansando . Al acercarme a él me pidió que me sentara a su lado. Una vez que fui, comenzó a interrogarme de nuevo,  solo que esta vez sí podía contestar.

Continuamos un buen rato con esta dinámica de dialogo en la que solamente me dedicaba a contestar las preguntas que aquel hombre me hacía. Después de un par de horas decidí marcharme. Me despedí y empecé a caminar sin algún rumbo fijo. El hombre me preguntó si sabía qué iba a hacer ahora  que me encontraba libre. Yo solo moví la cabeza indicando un “no”. El señor me dijo que si gustaba podía ir con él, que sería bien recibido en el lugar donde él vivía. Le di las gracias pero no accedí a su propuesta. Únicamente le pregunté su nombre mientras me alejaba  de ese lugar, pues no quería ser descubierto de nuevo por algún militar estadounidense. Me dijo que se llamaba Jesucristo. De inmediato volteé para burlarme de él, pero ya no se encontraba en aquel lugar. La curiosidad me obligó a regresar de nuevo a ese sitio, y efectivamente ya no se encontraba esa persona.  Ya de vuelta en mi camino, me encontré con un retén, el cual, al tratar de esquivarlo, provocó que me encontrara con tropas de Estados Unidos. Para mi sorpresa ningún soldado me vio pese a que me encontraba frente a ellos. Esto me intrigó, pues era muy raro que ningún soldado me viera cuando estábamos a menos de tres metros de distancia. Entonces decidí pasar por el retén en el cual ocurrió lo mismo. Nadie me había visto cruzar. Esto solo me podía indicar algo: no era un sobreviviente, sino un alma vagando.

No lo podía creer… Eso explicaba el por qué mis fuerzas habían vuelto de una forma tan espontánea, y por qué después de mi desmayo había aparecido afuera de la camioneta. Todo indicaba que después de ni desfallecimiento había sido el momento de mi muerte.

Ahora me encuentro vagando por las calles, y recordando lo  feliz que fue mi vida; viendo en mi mente aquellas imágenes de cuando México era muy diferente al que hoy es. Hoy solo me encuentro mirando hacia el ayer.

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