22 de abril del 2021
El tiempo parecía detenerse, sin embargo eso no estaba ocurriendo. Ahora comprendía que yo estaba equivocado, que Jacobo tenía la razón y que Brianda estaba confundida. Nuestros miedos comenzaban a formar parte de nuestra vida, y los sueños figuras utópicas del pasado. Nos encontrábamos de nuevo en la capital, aun después de todo el camino que habíamos recorrido, pues fuimos traicionados por quien creímos que era nuestro aliado: Don José, o mejor dicho, José Álvarez Villareal, quien nos había vendido por los títulos de propiedad de sus tierras y una pequeña recompensa de 500 dólares.
A casi un año de nuestra salida de la capital esta se encontraba en unas condiciones tan diferentes, pues estaba desecha, encerrada por una gran muralla de aproximadamente seis metros de altura. Al entrar fuimos clasificados por género, por lo que fue separada Brianda, ahora ella tenía que ir a la zona norte en donde se encontraban todas las mujeres, las cuales trabajaban en una planta de productos químicos junto con sus hijos. Nosotros fuimos llevados a la zona sur de la urbe, donde se encontraba una gran fábrica de armamento y municiones en la cual trabajaríamos. Fuimos instalados en una especie de comuna donde se compartía alimentos, vivienda, dormitorios, baños e incluso algunas pertenecías personales como ropa y artículos higiénicos.
Estas comunidades estaban regidas por el ejército norteamericano, quien era el encargado de administrar al “personal” que laboraba ahí. Asimismo, dentro de la pequeña comunidad de trabajadores había una persona, la cual era encarga de representar los intereses populares. La comunicación era por vía telefónica con nuestras parejas y familiares, una vez al mes por un periodo de aproximadamente 30 minutos como máximo. El primer día que pude establecer comunicación con Brianda me comentó que estaba harta de toda esta situación, pues deseaba mejor morir, que continuar con esa vida tan vacía y con esos tratos tan inhumanos. También me dijo, que al segundo día de haber llegado a la comuna, había sido operada para no poder tener hijos. Me explicó, que estaba asqueada de ver como los pobres niños enfermaban y morían casi diariamente, de como las madres lloraban todo el día por la perdida y aun así tenían que ir a trabajar, pues los soldados no tenían compasión de ellas. Lo único que le pude decir a ella fue que no se desesperara, que buscaría la forma de escaparnos de aquí y por fin lograr nuestro sueño: llegar a la colonia mexicana en Guatemala.
Hoy me encuentro en recuperación, pues hace un par de horas fui esterilizado y dentro de media hora tengo que ir a trabajar, por lo que aproveche este tiempo para escribir estas líneas. Sé que la vida es algo difícil aquí, pero si de algo estoy convencido es que no quiero morir aquí, pues esto es peor que el infierno. Lo hare por ti mi niña hermosa, Brianda.